Tal y
como se aprecia en el vídeo del anterior post, el Everest está que
“peta” . Una enorme cola de gente intenta ascender a la montaña,
con cuerdas y oxígeno como si fueran las escaleras mecánicas de un
Corteingles. Y es que esta cola de gente y botellas hace un efecto
tapón a aquellos que intentan hacer el ascenso con oxígeno,
haciendo imposible su ascensión. De las más de 300 personas que
intentaron hacer cumbre por ambas vertientes, sólo el suizo Ueli
Steck y el argentino Mariano Galván lo hicieron sin oxígeno. Ha
sido el segundo alpinista de este país suramericano en alcanzar el
techo del mundo sin ayuda del oxígeno. Sólo Heber Orona lo había
conseguido con anterioridad, según la página web
http://www.8000ers.com
Se
calcula que en la segunda tanda, más de 200 personas podrían estar
intentando hacer cumbre en el Everest, sumando ambas vertientes.
El
alpinista italiano, Simone Moro, ha decidido darse la vuelta desde el
campo 3 porque considera que es un “suicidio”. El montañero ha
vaticinado que “mañana será un desastre. Hoy éramos 210 personas
subiendo por las cuerdas fijas. Imposible adelantar, lentísimos, 6 o
7 sin oxígeno y todos los demás con oxígeno desde el campo 2!
Mañana es imposible para mí intentarlo sin oxígeno, con esa fila
impresionante preveo incidentes”. A todo esto ha añadido “he
visto gente que no sabe meter el yumar en la cuerda fija y que en
cada nudo llamaba al sherpa para que se lo quitara y lo volviera a
meter. Con toda esa gente, mañana será un drama. Lo lamento mucho.
Estaba perfectamente, veloz, nada de dolor de cabeza, pero tener a
210 personas delante o debajo en el descenso es un suicidio.
Significa estar parado durante horas y congelaciones aseguradas”.
Robo de Material a Ferran Latorre
Sin duda, el
suceso más extraordinario que ha habido es el robo de material que
han sufrido los alpinistas españoles Ferran Latorre y Nacho Orviz.
Sus sospechas recaen sobre un alpinista chino que ascendía al
Everest sin permiso ni apoyos y que fue detenido por un equipo
tibetano de rescates. Esta fue su crónica escalofriante de como
vivieron este suceso:
El día 23 de
mayo no tenía que hacer tanto viento. Mientras subíamos por la
arista norte todos los cuerpos colgados de la cuerda fija se
inclinaban con iguales grados para vencer la fuerza del viento. Y
todos paraban y se protegían en un gesto inútil que al mismo tiempo
intentaba evitar lo inevitable, cada vez que veíamos como una ráfaga
de viento barría toda la cara norte hasta llegar a la arista, donde
el viento se aceleraba más todavía. El día que debía de ser un
día plácido se convirtió en un infierno. Los primeros quinientos
metros discurren por una ancha arista de nieve, constante y aburrida,
y sin ningún tipo de protección, a placer del viento. Hasta que no
llegamos a las rocas que marcan los 7500 metros fuimos víctimas del
lugar más ventoso del Everest. Tres horas hasta que nos pudimos
proteger un poco en medio de unas rocas que de mala manera nos
permitieron dar el primer trago de bebida mientras esperábamos
nuestro sherpa, Retemaba, que al cabo de media hora y con cara de
sufrimiento se reunía con nosotros. El lugar es un mirador
fantástico, pero al mismo tiempo se trata de una larga arista de
roca poco atractiva para instalar un campamento. Las plataformas
ahora parcialmente desempleadas después de que las primeras
expediciones hicieran cima los días 19 y 20, se van sucediendo
mientras voy trepando entre las rocas haciendo funambulismo en medio
del viento intenso. Finalmente llego al lugar donde dejamos el
depósito hacía apenas unos diez días. Las plataformas, antes
ocupadas, ahora están libres, y deposito la mochila en la que me
parece que es más amplia. Al poco rato llegan el Retemba y Nacho. A
gritos, pesar de la poca distancia, les indico el lugar elegido.
Retemba deambula un largo rato alrededor del depósito mientras otros
alpinistas intentan montar una tienda. Le repito varias veces el
gesto de que me acerque la tienda para empezar a montarla. No
entiendo muy bien qué me dice. Empiezo a preparar la plataforma
sacando las piedras grandes y alguna basura abandonada. Vuelvo a
dirigirme al Retemba, no entiendo tanta lentitud. Todos estamos
cansados, el viento es fuerte y nos irrita permanentemente, el frío
se cuela por lugares imposibles a través de la ropa y por eso
tenemos prisa en montar la tienda y refugiarnos. Retemba se me acerca
al oído. Me lo ha de repetir tres veces, no sea que, a pesar de la
corta distancia, el viento se haya llevado algunas palabras y no
entienda lo que me está diciendo: “no hay nada, alguien se ha
llevado el depósito. Todo excepto la tienda “. Los segundos de
silencio se eternizan mientras miro a Nacho. Le traduzco
inmediatamente. Profundamente malhumorado, su primera reacción es
que debemos bajar al CB, que no hay nada que hacer sin comida, ni
gas, ni la botella de oxígeno que necesita el sherpa por
acompañarnos el día siguiente hasta el Campo 3. En medio de la
confusión, todos plantados en medio de la plataforma, nos miramos
durante un largo rato sin decidir nada, mientras el viento se burla
de nuestro destino. Propongo montar la tienda y ya veremos. Se dice
fácil, pero tardamos una hora en montarla, una maniobra que
normalmente nos cuesta cinco minutos. El viento es tan intenso que a
veces nos tenemos que tirar sobre el tienda a medio montar. Nacho
está dentro de contrapeso para que no vuele, pero también nos
preocupa que vuele la tienda con él dentro. Cuando lo hemos
conseguido yacemos todos dentro durante un buen rato, también en
silencio. Hemos conseguido un sobre de comida china y una bombona de
gas abandonados por los anteriores inquilinos de la plataforma. Al
mismo tiempo nuestro amigo Andrew Lock cuando conoce nuestra
situación, nos ofrece atún, una sopa y una sobre de Tang. Poca
cosa, pero a pesar de todo creemos que podemos superar la
situación.
La noche se hace larga y penosa: el intenso viento se ceba en la tienda y los 7700 metros sin dormir mucho se hacen notar en nuestra cabeza aturdida y enloquecida por el viento y la altura. Por la mañana Nacho me confirma que no se encuentra bien. Una faringitis o una bronquitis lo han debilitado mucho. Estábamos dispuestos a subir al Campo 3, pero me comunica que él abandona, que así no puede. Se lo comunico a Retemba. Por su mirada sé muy bien qué me propone. Durante unos segundos dudo: el ataque a la cima no está lejos, la temporada ya está muy avanzada y seguramente sea ésta la última oportunidad. Pero no puede ser, hemos llegado hasta aquí juntos. Entonces le pregunto al Nacho si cree que bajando se puede recuperar rápido y si lo quisiera volver a probar. Me contesta afirmativamente. Miro a Retemba y le comunico mi decisión. Bajaremos, nos recuperaremos de aquella mala noche y lo volveremos a probar. Desmontamos la tienda con un fuerte disgusto. El viento sigue siendo fuerte y depositamos piedras bien pesadas sobre el lona amarilla de la tienda. Antes de bajar me despido de Andrew Lock que se prepara para subir hacia el Campo 3. Le abrazo emocionado y le deseo toda la suerte del mundo. También miro hacia arriba, sin saber muy bien si volveremos. Mientras bajamos, el fuerte viento, cruel, se lleva todas mis esperanzas. Aunque no del todo.
La noche se hace larga y penosa: el intenso viento se ceba en la tienda y los 7700 metros sin dormir mucho se hacen notar en nuestra cabeza aturdida y enloquecida por el viento y la altura. Por la mañana Nacho me confirma que no se encuentra bien. Una faringitis o una bronquitis lo han debilitado mucho. Estábamos dispuestos a subir al Campo 3, pero me comunica que él abandona, que así no puede. Se lo comunico a Retemba. Por su mirada sé muy bien qué me propone. Durante unos segundos dudo: el ataque a la cima no está lejos, la temporada ya está muy avanzada y seguramente sea ésta la última oportunidad. Pero no puede ser, hemos llegado hasta aquí juntos. Entonces le pregunto al Nacho si cree que bajando se puede recuperar rápido y si lo quisiera volver a probar. Me contesta afirmativamente. Miro a Retemba y le comunico mi decisión. Bajaremos, nos recuperaremos de aquella mala noche y lo volveremos a probar. Desmontamos la tienda con un fuerte disgusto. El viento sigue siendo fuerte y depositamos piedras bien pesadas sobre el lona amarilla de la tienda. Antes de bajar me despido de Andrew Lock que se prepara para subir hacia el Campo 3. Le abrazo emocionado y le deseo toda la suerte del mundo. También miro hacia arriba, sin saber muy bien si volveremos. Mientras bajamos, el fuerte viento, cruel, se lleva todas mis esperanzas. Aunque no del todo.
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